lunes, 30 de abril de 2012

Cuando tú vas, yo he ido y he vuelto. Jóvenes y alcohol

Este fin de semana han sido las fiestas del pueblo. Lo pasamos bien, compartimos aventuras, ocio y buenos momentos con gente que habitualmente no tenemos tiempo de ver.

Los niños disfrutan mucho, pues cortan las calles al tráfico y puede jugar a su antojo corriendo de aquí para allá, como si fueran niños de otra época. Los padres también lo pasamos fenomenal, aprovechamos para hablar de todo un poco, de comer disfrutando de la sobremesa y de evadirnos del día a día con unas copitas ;-), más bien bastantes copitas cuando los más pequeños ya se han retirado.

El sábado a las 6 de la mañana, con varias copas en el cuerpo, estábamos desayunando mientras comentábamos las mejores jugadas, cuando apareció un amigo con su hijo de 16 años. El chico no encontraba las llaves de casa de su abuela y tuvo que buscar a su padre, que estaba también de marcha, para que le llevara a casa. El pobre adolescente se encontraba fatal, le dijo a su padre que le había sentado mal un gintonic que se había bebido...

Me sentó mal el gintonic...
¿Uno? ¿a quién pretendía engañar? todos sabíamos que le había sentado mal uno de los tropecientos que se habría tomado... pero ninguno le dijimos nada, sonreímos y miramos a su padre con cariño. Es como cuando todos sabemos que el ratoncito Pérez va a venir, o que los Reyes Magos tienen mucho trabajo solo una noche al año... no había caído yo en que este tipo de 'farsas' se mantienen a lo largo de la vida de una madre.

Me hizo pensar en qué les diré yo a mis hijos cuando vuelvan de fiesta y sepa que la hamburguesa en realidad no es lo que les sentó mal, o que ese olor no es de una copa que se le ha caído a un amigo, o que el golpe del cuello no es de un tropezón contra una puerta... ¿qué les diré?

Pues creo que por un lado les diría la verdad, que cuando ellos van yo he ido y he vuelto varias veces. Que ese malestar se llama resaca, que ese olor no es de un amigo y que lo del cuello se llama chupetón... que pueden contar conmigo para ayudarles a superar el malestar la primera vez, pero también les diré lo que le dijo el padre a su hijo: -hay una línea roja, y la has traspasado. Y eso tiene consecuencias-

Porque creo que sí, que hay que poner unos límites, que aunque sepamos exactamente lo que pasa hay que tener unos valores y límites que les tienen que ayudar a diferenciar hasta dónde pueden llegar y hasta dónde no. También creo que hay que dar ejemplo, y me temo que cuando mis niños no se vayan a dormir como ahora y estén por la calle hasta altas horas, ya no podré seguir haciendo el tonto, o al menos no delante de ellos...